Por séptima vez, vuelvo a la
prueba que me inicio en estas aventuras, allá por el año 2010 saliendo de la
preciosa Abizanda, que tiempos y cuanto ha evolucionado esto de “correr por el
monte”, cuatros amigos por aquel entonces y cientos en estos días, pero aun así
en esta prueba nunca se ha perdido ese toque “familiar”.
Bueno, iré al grano, otra vez más,
Martin mi compañero de batallas y por muy poco tiempo, colega europeo, salimos
de Siétamo para hacer noche en la Villa de Ainsa, antes tuvo lugar la cada vez
más numerosa cena de las gentes de Uesca que año a año por suerte va creciendo,
y tras una cena copiosa y con las barrigas a rebosar nos fuimos a la piltra.
Sin apenas darnos cuenta llega la
esperada mañana, aun de noche nos plantamos en la preciosa plaza de armas del
Castillo de Aninsa, un liviano desayuno y algún intercambio de opiniones con
los corredores, una última foto y ¡pumm! El cohete daba las seis, ósea la hora
de salida.
Buena mañana para correr, con los
primeros rayos de sol queriendo asomar, dándonos a entender que íbamos a pasar
mucho, mucho calor. Pero los primeros y archiconocidos kilómetros se llevaban bien, El Pueyo, Araguás y Laspuña
donde teníamos el primer avituallamiento, pico un poco de todo y para abajo, a
por la margen izquierda del Cinca. Hasta Badaín nos espera un apacible paseo si
sabes controlarte y ya tienes 25
kilómetros a tu espalda. Durante los primeros kilómetros
esperé a Martin pero luego me dejé llevar, ya le esperaría poco a poco en las
interminables subidas.
En algunos momentos tuve la
compañía de algunos conocidos como Pau de Alquezar, pero la pitera que tenían no la
podía aguantar, así que siendo realista aflojo para no desfallecer antes de
tiempo, los pasos me acercaban ya al
Collado de San Miguel y tras una apacible bajada a Saravillo, tercer
avituallamiento, oí el nombre de Siétamo de unos voluntarios también de Siétamo
que casi nunca fallan, esto daba moral para seguir pero decidí sentarme y tomármelo
con más tranquilidad haciendo tiempo para esperar a Martin, pero después de un
tiempo prudencial decidí seguir, quedaba mucha subida y ya habría tiempo de
parar.
A la salida del pueblo me estaba
esperando junto a un muro, mi “amiga”, una vara de avellano, que sería mi
compañera inseparable durante todo lo que quedaba de carrera. La subida en los
primeros pasos era apacible y entretenida, me dedique a comer alguna que otra
fresa silvestre que encontraba por los bordes del camino. Me iban pasando el
grueso de corredores de Huesca y me daban referencias de que Martin estaba al
caer, así que afloje un poco el paso y esperé su llegada. Juntos nos fuimos
calzando la cada vez más empinada pared que nos separaba del Ibón de Plan, se
hacia dura, tuvimos que parar para tomar aliento y alguno de los exquisitos
geles que llevábamos, se hizo largo pero llegamos al Refugio de Labasar,
después de reponer un poco las fuerzas salimos al encuentro del Ibón, este
último tramo era precioso aunque muy concurrido por excursionistas a los que en
breve imitaré con la familia.
La llegada al ibón, espectacular,
con bastante agua, muy bonito, ha merecido la pena llegar hasta aquí, después
de la foto de rigor y de tocar el agua, de vuelta para coger el camino de la
larga e incomoda bajada a Plan.
Bajamos lentos pero seguros, como
se suele decir, el calor apretaba cada vez más y había que reservar un poco
para la larga subida en la que iba a pegar el sol de lo lindo. La llegada a
Plan muy animada, por la spiker, que nos invitaba a seguir, y muy gustosamente
la hicimos caso, después de pasar claro esta, por el avituallamiento y comer unos
macarrones buenísimos, queme entraron de maravilla, y tras recibir los ánimos
de la familia por teléfono a por la última y gran subida, que tantas veces
hemos bajado pero que en esta ocasión tocaba hacerla en sentido contrario.
Las primeras rampas con el
Lorenzo pegando costaba de digerir, Gistain parecía que no llegaba nunca, que
paredón, pero por fin llegó, esta vez no había avituallamiento, pero sí que
paramos en una fuente que parecía un Oasis, con su sombrita y esa agüita tan
fresquita…vamos, una maravilla, pero había que seguir para llegar a Serveto,
que en otras ocasiones es un paseo a velocidad de crucero, en esta se me hacía
largo, tuve que parar para meterme otro gel.
En Serveto otro avituallamiento,
venia de maravilla antes de empezar los más de 1400 metros de desnivel que nos
separan de la Cruz de Guardia, empezamos poco a poco con los pies en los
talones de Roberto Rodrigo, el Hombre globo que ya llevaba tiempo al acecho,
pero que esta vez nos dio alcance, y con el que compartimos la subida casi en
su totalidad, pero parece que nos dio suerte, ya que se empezó a nublar,
cubrir, tronar, y a llover, aquí cada uno hacia lo que podía, el ritmo era a
discreción, algunos aguantamos sin ponernos el chubasquero y recibíamos con
gusto las refrescantes gotas, aunque llegaba un momento que ya no eran tan bien
recibidas, estaban durando demasiado, pero unos gritos femeninos que ya se
llevaban oyendo desde hacía rato, empezaban a oírse ya claramente, y primero
con extrañeza, y luego con admiración, te levantaban el animo y casi sin darte
cuenta te encontrabas arriba con una sonrisa en los labios, era flipante como
estas chicas podían gritar tanto tiempo animando a los zombis que íbamos
llegando a su buffet. Aquí foto de un Ramón que nunca falla en este lugar, -abrigarse
que te quedas frío y comer un poco de todo para afrontar la última y larga
bajada.
La bajada se me hizo larga no,
larguísima, no me extraña que cuando la tenemos que subir nos de siempre la
pájara, es verdad que bajamos a un ritmo suave pero parecía que no se acababa,
menos mal que es preciosa y con un suelo perfecto para correr. Pero Bielsa ya
estaba ahí, Roberto el globo, también, lo habíamos dejado en la subida cuando
empezó a llover y el grupo con el que iba se disgrego entero, pero lo teníamos
otra vez pegado. Bajamos a la pista, pasamos por el camping, y por la margen
izquierda nuevamente del Cinca cruzamos su puente para meternos en Bielsa, y
tras las últimas calles empinadas desembocamos en su histórica plaza para
recibir los aplausos del numerosos publico.
Ya estaban hechos los 71km. una
vez más, estaba satisfecho de acabar esta bonita carrera, tan solo quedaba
pegarse una ducha con sus gélidas aguas de montaña y tomar una longaniza con
patatas regada con una cervecita, más que nada para bajar los geles…
Como siempre dar las Gracias a la
organización que siempre está por encima de lo que se espera, pero este año
creo que ha sido increíble, había hasta un voluntario para decirte donde apoyar
el pie en una roca y no resbalarte al cruzar un barranco. Vamos que como digo
siempre, hasta el año que viene, que seguro que estaré.
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